La Provenza, un viaje inesperado

A veces sucede. Llego al aeropuerto de Barcelona con el tiempo suficiente para facturar la maleta. Enseño la tarjeta de embarque, pongo la maleta en la báscula, y la azafata de Vueling me mira con cara de pena. “Señor, su vuelo era ayer”. 
Quiero que se me trague la tierra. Veo a mi mujer y mi hija que me miran sonrientes unos metros más allá. ¿Qué les digo? ¡Menudo error! ¿Periodista de qué?  De viajes, amigo, de viajes. 
Al cabo de un rato recomponemos las piezas, recompongo lo que puedo. En el mostrador de Vueling me dicen muy amablemente que si deseo volar hoy el billete me sale a 375 € por cabeza y que modificar la vuelta  serán 50 euros por billete y un pequeño suplemento adicional, dependiendo del día que quiera volar. Hago cuentas y el viaje a Florencia se va al carajo.
Echo de menos aquellos tiempos  prehistóricos en que los billetes de avión no se perdían; podías volar otro día e incluso te derivaban a otra compañía.
Prehistoria de la aviación comercial. Ahora si te equivocas te jorobas. Vuelves a pagar o te quedas en tierra. Ya no hay margen para el error, aunque el error sea monumental.

Es el inicio de la Semana Santa. Intento encontrar una solución. Cargamos las maletas en un taxi y regresamos a Barcelona. 
Directos al parking donde el equipaje se traslada al maletero del coche y emprendemos un nuevo e inesperado viaje rumbo a la Provenza.
Desde Barcelona son 440 kilómetros. Cuatro horas y diez minutos de viaje en coche. No nos lo pensamos dos veces. Adiós Florencia, otra vez será.  Nos vamos a la Provenza. Busco un hotel simpático cerca de Saint Remy y doy con un oferta en el Chateau de Roussan. Llamo y reservo habitación para una primera noche. 
El viaje, peajes de autopista incluidos, no resulta demasiado caro y el hotel, situado a tan solo un par de kilómetros de Saint Remy es acogedor. Decidimos quedarnos las tres noches y desde aquí explorar algunos pueblos y paisajes de la Provenza.

Saint Remy de Provenza es uno de esos pueblos tan bonitos que parecen haber construidos para convertirse en un reclamo turístico y que aun así no pierden su encanto. Igual es porque estamos a principios de semana y el lugar todavía está tranquilo. Pasear sus calles es una delicia y cerca del núcleo urbano se puede visitar las ruinas romanas de Les Antiques y el yacimiento arqueológico de Glanum. Visito las ruinas una hora antes del cierre. No hay nadie; en la quietud de la tarde se escucha el canto de los pájaros.
Justo al lado, a tan solo un centenar de metros de Glanum se accede al Monasterio de Saint Paul de Mausole  y al  Centro Cultural y turístico Van Gogh donde se reproducen las condiciones de vida en las que el pintor pasó los últimos meses de su vida. La luz de la Provenza vive en sus cuadros y el escenario nos transporta  y nos hace sentir la fuerza del lugar. Desde aquí Van Gogh pintó el cuadro “Noche estrellada” con el campanario de Saint Remy recortado bajo el cielo nocturno.

Los dos siguientes días los dedicamos a visitar algunos lugares con encanto. A pocos kilómetros está Les Baux  de Provenza con su castillo en lo alto y la Carrières de Lumières un museo, espacio cultural que aprovecha el volumen interior de una antigua cantera para realizar montajes de luz y sonido. La exposición actual es la  “Klimt y Viena. Un siglo de oro y colores” hasta enero del 2015. Un centro cultural singular que no hay que perderse por nada en el mundo. 

Hacia el norte visitamos las poblaciones de la Fontaine de Vaucluse, un pueblecito donde vivió Petrarca y donde se encuentra una de las fuentes más caudalosas de Europa que era objeto de culto desde tiempos remotos.
En el pueblo de Gordes, las casas cuelgan sobre el la ladera de la montaña y muy cerca de esta población visitamos el poblado de Borie restaurado entre 1969 y 1976 y que nos permiten conocer las cabañas de piedra en las que vivían los antiguos habitantes del lugar.


Los días son luminosos y azules; al lado de las carreteras enormes plataneros se alzan majestuosos con su follaje hacia el cielo.  La lavanda todavía no ha florecido y los campos se tiñen de amarillo. La primavera explota en la Provenza y es un placer para los sentidos recorrerla durante esta época del año.

Hay muchos más lugares que visitar. Esta vez nos hemos decantado por pueblos pequeños descartando lugares como Avignon, Nimes o Arles. 
Nuestra visita acaba en la población de Rousillon, un pueblo en lo alto de una colina de tierras arcillosas y colores amarillentos. Su paseo por el Sendero de los Ocres nos permite conocer un bosque de colores y matices; un trayecto de apenas una hora de duración ; Rousillon es también conocida  por sus helados. Una refrescante manera de despedir nuestro particular recorrido por la Provenza.