Chichicastenango, corazón maya

El autobús, repleto de turistas, ha salido de Panajachel a orillas del lago Atitlán y asciende por las montañas del Quiché. Tras un par de horas de camino, Chichicastenango, como colgado en el vacío, aparece en medio de la montaña. Son las nueve de la mañana de cualquier jueves o domingo del año y el mercado del pueblo  hierve a esta hora de actividad. Hacia el mediodía los visitantes extranjeros provistos de cámaras de vídeo y de fotografía se cuentan por centenares, hasta el punto de que se llega a pensar si en realidad Chichicastenango no es más que una atracción turística. Nada más lejos de la realidad. Chichicastenango palpita con corazón maya y constituye uno de sus principales centros, a pesar del auge turístico y de los miles de visitantes que llegan a esta población durante los días de mercado. 
Chichicastenango desprende una magia especial. El lugar, situado a una altitud de 2.040 metros de altitud, está impregnado de una atmósfera que nos hace retroceder en el tiempo. Si el visitante es capaz de olvidarse de su propio mundo, olvidarse por un momento de cámaras y fotografías, y asimilar la actividad que se despliega a su alrededor percibirá con intensidad la fuerza del mundo maya; lo notará vivo, vibrante y distinto. Y no podrá resistir su atracción. De alguna manera Chichicastenango recuerda a un cuadro que ha sido pintado dos veces. La última capa, la más reciente, muestra el colorido del mercado, la presencia de los visitantes, de turistas y viajeros, las máscaras y tejidos; sin embargo, debajo de esta capa asoman las pinturas primigenias: una manera de existir antigua, el mercado como forma de supervivencia, de intercambio, y en los alrededores de la plaza la adoración de las deidades mayas, a pesar de que las pirámides tengan forma de iglesia y sus dioses la imagen de Santo Tomás.

Los Altos de Guatemala, los departamentos de Chimaltenango, Quezaltenango, Totonicapán  y Quiché, están habitados en su gran mayoría por la población maya. Los grupos indígenas, cakchiqueles, quiché, nevaj, por citar tan sólo algunos, constituyen la mitad de la población de Guatemala.
Chichicastenango, a la que los mayas quiché, llaman Chugüilá o Tziguan Tinamit, es una población de tan sólo 8.000 habitantes, que sin embargo, reúne en los días de mercado a indígenas provenientes de diversos puntos de la región. Bajan en autobuses o a pie de las montañas y pueblos cercanos. La tarde anterior al día de mercado, la plaza mayor, entre la iglesia de Santo Tomás y la capilla del Calvario, donde se instala el mercado de artesanía, empieza a llenarse de vendedores. Llegan diversos grupos de mayas, cada uno de ellos con sus vestidos originales: la blusa de huipil y la falda que diferencia a una de otra comunidad. Entre ellos apenas hablan español, y sus costumbres, su manera de moverse, parecen pertenecer a otro mundo. Viven entre nosotros, nos venden en el mercado, máscaras y telas de colores llamativos, pero es fácil darse cuenta de que existe algo más: es todo un pueblo, una nación la que manifiesta sus costumbres y creencias. Basta pasearse por las calles empedradas de Chichicastenango durante el día previo al mercado para acercarse al mundo maya. Las familias se cobijan en los tenderetes; se resguardan del frío con plásticos y mantas. Lloran los niños, aúllan los perros y el lugar huele a incienso, a flores y licor. En las escaleras de la iglesia un hombre engulle de un sólo trago una botella de aguardiente y se tumba cerca de la hoguera, mientras busca entre las estrellas los trazos de un dios antiguo. 

Cofradías y sincretismo religioso

En Chichicastenango existe una particular división de poderes. Tanto el gobierno de Guatemala como la Iglesia Católica designan sus legítimos representantes, pero en realidad son los propios mayas quienes paralelamente resuelven sus problemas. Tienen el propio gobierno de Chichicastenango, formado por un ayuntamiento y un juzgado que resuelve todos los asuntos cuando los problemas son de la propia comunidad. Por otro lado, en los asuntos concernientes a la iglesia, las cofradías, catorce en total, son los verdaderos representantes del pueblo.
Por regla general las cofradías acostumbran a salir los domingos en procesión. Su paso va acompañado por música de tambores, flautas y trompetas, así como de algún que otro petardo; a su alrededor hombres enmascarados ejecutan antiguos bailes mayas, mientras  la procesión se dirige hacia las iglesias de la plaza mayor.
En realidad, las escaleras de la iglesia de Santo Tomás, o las de la iglesia del Calvario, al otro lado de la plaza mayor, no son más que la reconstrucción de sus antiguas pirámides. Los conquistadores españoles se empeñaron en suprimir las creencias de los habitantes del lugar, pero los mayas supieron reedificar los edificios y conservar su culto, adornándolo con las imágenes de los santos católicos y apostólicos. Así es fácil observar como el culto que se rinde en el interior de la iglesia de Santo Tomás y en la capilla del Calvario tiene poco que ver con los rituales de la iglesia. En el suelo se encuentran ramas de pino, panochas de maíz, cientos de cirios encendidos y botellas de aguardiente que sirven para venerar a los propios dioses y a los antiguos reyes de Quiché. 
Afuera la mayor actividad se desarrolla en la misma plaza, o en el mercado de verduras, donde son los propios mayas quienes intercambian los productos de la tierra. 
Pocos lugares hay donde las horas vuelen tan deprisa como en Chichicastenango. El día de mercado pasa en un santiamén. Desde la salida a la puesta de sol se percibe esta sensación especial, exclusiva de Chichicastenango. Por la noche, cuando ya se han desmontado la mayoría de tenderetes y la niebla empieza a descender de las montañas queda una sensación de vacío en el aire...y es que tanto ahora, como hace cientos de años, Chichicastenango despierta, se manifiesta y vive durante los días de mercado.