El pescador (relato)

A media tarde, sentado en su pequeña embarcación de madera, el pescador tiraba la caña cerca de la orilla oriental del fiordo. Apenas soplaba el aire, el mar estaba en calma  y unas pequeñas nubes grises corrían por el horizonte jugando con la luz del sol. 
   En la cesta descansaban un par de salmones, de tamaño mediano, que pensaba cocinar al día siguiente para su mujer y sus hijos. El hombre estaba distraído y relajado, pendiente del movimiento de la caña.

A lo lejos en su chalet de lujo construido al borde del acantilado, el señor Fritz observaba con sus potentes prismáticos la destreza y la serenidad del pescador. No era la primera vez que lo hacía. Le asombraba la facilidad con las que sacaba las piezas del agua, apenas sin inmutarse.
  De pronto, un nuevo ejemplar mordió el anzuelo. El pescador estuvo un buen rato jugando con la pieza, hasta que al fin pudo subirla a bordo. Era un ejemplar mediano que luchaba por sobrevivir. El pescador pensó que por aquel día ya era suficiente, así que extrajo el anzuelo de la boca del salmón y lo devolvió al mar. 

Al cabo de unos días los dos hombres coincidieron en la taberna del pueblo donde el pescador estaba tomando unas cervezas con sus amigos. Fritz estaba acodado en la barra. Había pedido un café y, a pesar de ser domingo, debía acudir de inmediato a la capital para solucionar ciertos asuntos. 
    Fritz y el pescador aun viviendo en el mismo pueblo, apenas se conocían. Se saludaban de vez en cuando, pero nunca habían intercambiado más de un par de frases de cortesía. Aquel día, sin embargo, cuando el pescador se acercó a la barra a pedir una nueva ronda de cervezas, Fritz pensó que era el momento oportuno de felicitarle por sus buenas artes en la pesca y aconsejarle sobre un futuro más próspero.
    —El otro día te estuve observando mientras pescabas —dijo después de saludarle y tenderle su mano. 
    —Sí, es mi afición favorita  —contestó el pescador—. Paso muchas horas en mi barca.
    —Y, con la fácil que es para ti la pesca del salmón y otras especies, ¿nunca has pensado en vender tus capturas y ganar un buen dinero?
    —¿De qué me serviría?— preguntó el hombre.
    —Con ese dinero podrías comprar una barca mayor. Salir a mar abierto, utilizar nuevas técnicas y capturar otras especies y muchos más piezas.
    —¿Y luego?
    —Con las ganancias que obtendrías, podrías comprar barcos mayores, aplicar tus conocimientos y dedicarte a este negocio de forma profesional.
    —¿Y eso a dónde nos llevaría?
    —¡Oh! —exclamó el hombre—. A la larga serías tan rico como yo. Tendrías tu flota, podrías comercializar tu propia marca y tener mucho, mucho dinero.
    El pescador miró a los ojos de su interlocutor y le preguntó.
    —Y de qué me serviría tener tanto dinero?
    —Es evidente, ¿no? Podrías dedicarte a hacer los que más te gusta, sin preocuparte por nada más
    El pescador sonrió.
    —¿Lo que más me gusta? —preguntó el pescador a su vez —. Lo que más me gusta, señor Fritz,  es salir a media tarde con mi pequeña embarcación a pescar, cocinar el salmón para mi mujer y los niños, y los domingos tomarme unas cervezas con mis amigos. ¿De que me serviría tanto esfuerzo y tanto dinero, solo para tener todo cuanto ahora ya disfruto sin complicarme la vida por ello?